El Despertar

«El amor (que reclamáis) constantemente levantando los brazos al Cielo es ante todo fruto de una valentía procedente de la Tierra… porque el Despertar, sí… el Despertar requiere valor.»

Las 108 Perlas del Cristo. Daniel Meurois

Es frecuente que solo nos acordemos de la Presencia Divina o de alguna Fuerza Celeste cuando afrontamos un obstáculo. Entonces Lo Celeste y el Amor que se supone que debe manifestarnos acuden a nuestra memoria como un salvavidas que nos debe ser lanzado obligatoriamente.

De modo similar, siempre esperamos ser gratificados por algún signo emanado del “Cielo”: “Si Dios y los Ángeles existen, deberían…”.

En lugar de repetir esos esquemas, haríamos mejor en plantearnos cuál es nuestro modo de funcionamiento. ¿Es posible que con demasiada frecuencia permanezcamos en la espera, en la indecisión o incluso en la pasividad ante los acontecimientos que constituyen los meandros de nuestra vida?

Si concebimos a Dios como proveedor de soluciones a cada uno de nuestros problemas, nos equivocamos.

Su objetivo como Principio es enseñarnos a sostenernos en pie. Llamarlo desde el fondo de nuestro corazón no debe significar tender la mano con la esperanza de recibir una limosna. Lo Divino anhela darnos ciertamente mucho más que una limosna. Su intención a través del Espíritu de Vida es dárnoslo todo, empujándonos a cultivar nuestras propias fuerzas.

Por ello, más que ante cada uno de los obstáculos con que tropezamos, su Compasión se expresa en consideración del conjunto de nuestro avance. Nos ofrece siempre el fuego, la sal y el agua en los momentos más adecuados, a punto para que aprendamos el sentido del valor… pues es el valor el que puede llevarnos a despertar, o dicho de otro modo, a recobrar nuestra identidad.

Comprendamos que nuestra fuerza de ascensión no depende solamente de una llamada hacia “arriba”: debe apoyarse en la matriz extraordinaria que es la materia de nuestra Tierra.

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